El amor a Dios y el amor de Dios

El amor a Dios y el amor de Dios 

Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. (Jn. 14:15-21).

 

Mientras la noche se desarrolla desde el capítulo anterior, Cristo ha establecido pautas puntuales, luego de haber trazado un camino directo que ellos deberían seguir, esto era algo más que los lineamientos que compartió aquella noche, son todas las instrucciones que recibió del Padre para compartirla con ellos (7:16-17), si querían asegurarse de mostrarle su amor a Dios, deberían ver la obediencia como la marca indispensable de la salvación. El creyente que no obedece según señala nuestro redentor, está haciendo algo más que fallar, está manifestando desamor aquel que le ha dado todo, deshonrando el llamado que su salvador le hace Vv. 15, 21. Tal como Cristo les explico a sus seguidores durante su ministerio (Lc. 6:46), a diferencia de aquellos no comprometidos, los seguidores son elegidos para obedecer (1 P. 1:2). 


Luego de Cristo hacer un llamado reiterativo a sus discípulos para obedecer, les muestra la realidad del amor que Dios tiene para con ellos y para con todos, uno que hace que Dios obre a su favor y se manifieste en sus vidas. El, rogaria a favor de ellos para que la presencia de Dios sea una realidad en sus vidas mediante la persona del Espíritu Santo (Ef. 1:13-14). Estos versos muestran además varias promesas que Jesús hace en nombre del Padre para con sus hijos que evidencian su amor para con los que le aman (Pr. 8:17), intercedería continuamente por ellos, los acompañaría por medio del Espíritu Santo, los guiaría a la verdad en un mundo de mentiras, volvería por ellos, experimentarían una gloriosa eternidad junto al Padre en gloria, pero mientras, vivirían experimentando la presencia y dirección divina en sus vidas, mientras ellos caminaran en obediencia viviendo en santidad (Stgo. 4:8).  


Al meditar en estas verdades, concluimos que la obediencia es más que una opción, es una manifestación de amor, por otro lado, la obediencia no se trata de ganar el favor de Dios o vivir una vida de tristeza sintiendo restricción, la obediencia es una declaración de que, amamos a Dios y estamos comprometidos con su dirección, la cual creemos es de gran provecho para nosotros (Ro. 12:2), la obediencia que manifestamos en cada aspecto de nuestras vidas, especialmente afectando nuestras vidas y nuestro trato con los demás, especialmente con aquellos que siguen el mismo camino de fe (1 Jn. 5:2-3). Cuando nosotros obedecemos a Dios, mostramos que le amamos, pero al mismo tiempo, experimentamos lo mejor del caminar con El, precisamente porque se manifestara en nuestras vidas, llenándola con su plenitud (10:10). 


El amor a Dios, no consiste en palabras superficiales escritas en las redes, no consiste en pegar calcomanías con mensajes cristianos o versos, el amor a Dios se manifiesta una vez que reconocemos nuestros pecados y vivimos sujetos a sus preceptos, los cuales el salmista muchos años antes había comprendido están llenos de beneficios (Sal. 19:7-9; 119). El creyente experimentara una verdadera satisfacción cuando se rinda completamente en las manos de Dios, no por nada señala Juan que sus mandamientos no son gravosos (1 Jn. 5:13b), nuestra pecaminosidad hará que pensemos que, es difícil obedecer a Dios, que no es algo posible, y que no nos permitirá vivir en una verdadera felicidad. Sin embargo, cuando el amor de Dios ha sido derramado en nosotros, responder con obediencia es la delicia del creyente. 


Hermanos, cuando nosotros preferimos nuestra voluntad sobre la de Dios, estamos idolatrando nuestra voluntad (1 Sa. 15:23), no hay nada que podamos hacer en la obra de Dios ni ninguna actividad que haga que podamos recibir el favor de Dios mientras ignoramos la obediencia (1 Sa. 15:22, Mt. 7:21), procuremos que nuestra vida no este llena de actividades, sino comprometida con obedecer a Dios, porque esa acción nos sostendrá hasta la eternidad (1 Jn. 2:17). Amigo, lamento decirte que, no se trata de hacer actividades religiosas, Dios no recibirá nuestra obediencia, a menos que, Hayamos comenzado una relación con El mediante la fe en su hijo Cristo. Por tanto, hoy te animamos a poner tu mirada en El Señor bajo la gracia que necesitas para tener verdadera satisfacción en la vida. Dios te bendiga.  


Acompáñanos a leer la Biblia en un año: Levítico 19-21 

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